Testimonio de Silvia
Mi nombre es Silvia Roxana Piceda, fui abusada sexualmente entre los 9 y los 11 años aproximadamente, por personas cercanas a mi hogar. Cuando se lo conté a mis padres, no hicieron nada. Nunca más se habló del tema en mi casa, y nunca se consultó a nadie para saber si podía traerme consecuencias.
El impacto del abuso fue muy importante, y a medida que más me comprometo con el tema y escucho múltiples testimonios de compañeros y compañeras que sufrieron el mismo delito, más me doy cuenta de la dimensión enorme de dicho daño.
Esto lo digo hoy, después de haber andado algunos caminos de búsqueda, pero durante muchos, muchos años, el tema abuso sexual era para mí sólo parte de mi infancia. Nunca lo negué ni lo olvidé, pero sí le resté importancia, ya que pensaba que podía seguir adelante y que simplemente era algo que permanecía en mi pasado y de lo que ya estaba a salvo. De hecho soy profesional, independiente económicamente, y no soy sumisa ante ninguna persona de poder: características que me hacían pensar que el “tema” abuso sexual contra la infancia ya había quedado atrás.
Pero en el año 2009 aparece en mi vida Romina, la hija mayor del padre biológico de mi hija Jazmín, quien tuvo la gran valentía de buscarme para contarme que había sido abusada sexualmente por este hombre cuando tenía la misma edad que Jazmín en ese momento y que ahora estaba decidida a defenderla del que fuera su agresor. Hermoso coraje que la llevó a denunciar legalmente los abusos que había sufrido en su infancia pero que el Poder Judicial ni siquiera investigó, por considerar que estaban “prescriptos” los plazos para hacerlo.
Esto me trajo al presente mi peor pesadilla: el abuso sexual contra la infancia no estaba en mi pasado, ni era una anécdota triste de mi niñez, ya que la persona que más amo en el mundo, mi hija de entonces 11 años, estaba en riesgo ya que me había enamorado y la había concebido con un abusador con el que Jazmín seguía teniendo contacto, más allá de que yo estaba separada de él desde el año 2004.
Ahí empieza la otra pesadilla, el recorrido que como madre, intentando proteger a mi hija, inicio en los juzgados de familia de la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires. Calvario que incluyó la gran injusticia de tener que escaparnos abruptamente con Jazmín de nuestra casa y vida cotidiana para protegerla de una aberrante orden judicial de “vinculación” con su progenitor denunciado por abuso, que fuera emitida por el Juez Hugo Rondina. Lo que nos llevó a tener que vivir clandestinas durante un tiempo e iniciar una nueva vida en la Ciudad de Buenos Aires, sin poder volver durante años a nuestro hogar y modo de vida rural en Abasto, zona de campo del partido de La Plata, donde además quedaron abandonados a su suerte nuestros queridos animales y plantas.
Durante este andar de dolor en dolor y de angustia en angustia, sentí necesario encontrarme con otras mamás que estuvieran atravesando el mismo horror: saber que sus hijos e hijas habían sido abusados/as por el hombre que habíamos elegido como pareja. Para mí la sensación corporal, el espanto inscripto en el cuerpo, a partir de la noticia (a pesar de haber estado separada del delincuente desde varios años antes), era una sensación dolorosa e indescriptible. Quería compartir con otras, además, hallazgos y esperanzas con respecto a la relación con nuestros hijos e hijas, nuestras causas legales, nuestra vida a partir del horror.
Así nace un grupo de ayuda de pares con madres: “madres protectoras”.
Y llega Octubre del año 2012, en el que una mamá protectora me comenta que conoció a un sobreviviente adulto que había logrado el juicio y la condena de su abusador luego de una larga lucha y que estaba compartiendo públicamente su testimonio para abordar el tema desde una perspectiva colectiva. Entonces conozco a Sebastián Cuattromo, con quien además de conformar el grupo de Adultxs por los Derechos de la Infancia, nos enamoramos, somos pareja y vivimos en familia desde hace años.
Nace de esta manera el grupo tal cual es hoy, desde sus dos vertientes: una de ayuda de pares, en donde ahora nos convocamos todos/as los/as adultos/as a los que nos preocupa la problemática, y la otra de visibilización pública, que nos lleva a recorrer la Argentina brindando nuestros testimonios a la comunidad en los más diversos ámbitos sociales.
En estos años he visto crecer y desarrollarse a Jazmín, siendo hoy una joven con sueños, entusiasmos y compromisos con la infancia de ella y de todos/as, dicha que es posible gracias a la verdad de Romina, verdad que me obligó a ser una madre protectora.
En el año 2017 logramos la recuperación de nuestra casa y lugar en el mundo en Abasto, luego de años de saqueo y abandono, y que hoy es una de las sedes de nuestra Asociación Civil.
Resumiendo: mi nombre es Silvia Roxana Piceda, soy sobreviviente de abuso sexual contra la infancia y madre protectora. Creo que es fundamental el unirse con otros y otras para compartir experiencias, fortalezas y esperanzas, y también creo que tengo la obligación como adulta de que mi testimonio sirva para proteger a los niños, niñas y adolescentes que hoy se encuentran padeciendo este delito y para apoyar a los/as adultos/as que intentan protegerlos/as.
Hoy sé que el Niñismo servirá para que podamos vivir con alegría y fraternidad al intentar relacionarnos desde y con los/as más vulnerables de todes: los/as niños, niñas y adolescentes.
Mi vida es más feliz y más plena desde que me miro con amor y ternura y me acepto como la niña asustada, violentada y sola que fuí. Y cuando trabajo y comparto con otras y otros el profundo deseo de que esta injusticia no suceda más hay algo en mí que sana, hay algo en mí que se parece mucho a la paz.